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Basta de palabras. Cualquier análisis previo, cualquier especulación, cualquier cruce dialéctico queda atrás. El momento de las decisiones ya pasó; es hora de salir a la cancha y jugar. Y ganar. El objetivo, el máximo al que puede aspirar un tenista: la Copa Davis. La Argentina acaricia una vez más la gloria, pero antes deberá superar un superar un escollo de máxima exigencia como una final ante España, en Sevilla. El favoritismo está del otro lado de la red, no hay discusión. Pero el equipo argentino ha dado sobradas muestras de que las hazañas no le son extrañas. Quedó demostrado en la semifinal ante Serbia en Belgrado: con Del Potro y Nalbandian en plenitud, cualquier cosa es posible. Es cierto: España tiene la ventaja de jugar ante su público en un monumental estadio de La Cartuja, de hacerlo sobre su superficie favorita, de tener la experiencia de cuatro títulos en once años y, especialmente, don contar con dos de los mejores cinco jugadores del mundo. Pero es menos acertado que los argentinos llegan mejor preparados, más descansados y con hambre de revancha. Los fantasmas de la definición de 2008, cuando España se impuso en Mar del Plata ante un equipo argentino quebrado por divisiones internas, parecen disipados bajo la batuta de Modesto Vázquez. El capitán volvió a hacer uso de su estratégico genio y tomó decisiones claves: será extraño no ver a Nalbandian en el primer día de acción. Dada su precariedad física, Tito optó por preservarlo para el doble (con Schwank) y un eventual quinto punto ante Ferrer, colocando a Mónaco ante Nadal el viernes. Si Pico logra extender el match a más de tres horas ante el desgastado Nº2 del mundo habrá cumplido un buen papel. Si Del Potro consigue quebrar con su potencia la muralla defensiva de Ferrer y el doble hace sintonía ante una pareja española (Verdasco-Feliciano López) que llega con 11 derrotas en los 12 partidos que disputó en el año, el domingo cualquier cosa puede suceder. La gloria es donde quieren llegar.